“No hay ganadores acá, esto es un juego de suma cero, perdieron todos”: las lecciones que deja el fracaso de un nuevo proyecto constitucional en Chile
Chile¿Cómo se explica que un país vote de forma decisiva por darse una nueva Constitución y luego rechace dos textos de Carta Magna alternativa plebiscitados en menos de 500 días?
Ese país es Chile, donde el domingo naufragó con 55,8% de los votos en contra un segundo proyecto para sustituir la Constitución redactada en 1980 durante la dictadura militar de Augusto Pinochet.
El fracaso radica en la clase política chilena que interpretó erróneamente los reclamos del estallido social de 2019, sostiene el politólogo Juan Pablo Luna, profesor de la Escuela de Gobierno de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
“Las demandas tenían mucho más que ver con la capacidad del Estado y del mercado de mejorar las condiciones de vida concretas de la gente que con el asunto constitucional”, dice Luna en una entrevista con BBC Mundo.
El primer texto de Constitución rechazado por 62% de los votos en 2022 se redactó con liderazgo de independientes y sectores de izquierda, mientras la propuesta descartada el domingo la encabezó la derecha radical del excandidato presidencial José Antonio Kast.
Sin embargo, Luna sostiene que en este proceso “perdieron todos” los actores políticos del país.
Lo que sigue es una síntesis del diálogo telefónico con este estudioso de la crisis de representación política chilena, sobre la cual publicó en 2017 el libro “En vez del optimismo”:
¿Qué significa el resultado de este plebiscito constitucional para Chile?
Es la continuidad de un fracaso de la clase política en vertebrar el descontento social y canalizarlo con mínimos grados de legitimidad.
Lo único permanente en estos cuatro años es que en general las elecciones son más destituyentes que constituyentes: le quitan poder a aquel que lo ganó en la elección anterior y castigan al que está a cargo de los procesos.
Esto tiene que ver con una crisis de representación del sistema de partidos políticos que hace mucho tiempo perdieron raíces en la sociedad, y una clase política que se ha enfrascado cada vez más en una lógica de polarización liviana, muy desconectada del sentir ciudadano.
Tanto a la izquierda como a la derecha, todos estos han sido intentos de leer a la sociedad desde arriba e interpretarla, sobreinterpretando coyunturas específicas.
El sentir ciudadano tiene mucho más que ver con soluciones a problemas como el de la seguridad, la crisis educativa, la salud o las pensiones.
Este proceso de reforma constitucional chileno fue visto en el mundo como un ejemplo de salida institucional de la crisis profunda que marcó el estallido social de 2019. ¿Coincides con quienes ahora advierten que fue una oportunidad perdida?
Siempre pensé que esta no era la vía de solución. Lo que Chile requería más bien era intentar fraguar un pacto social que tenía que ver con cómo se desarrolla esta sociedad y los problemas que había generado el tipo de crecimiento del país, más que con un tema de reglas institucionales.
Al estallido y a las protestas masivas de 2019 no las baja el pacto constitucional de las élites, sino más bien la pandemia.
Las consecuencias de la pandemia y lo que empieza a ser también una crisis de seguridad generan un retraimiento de la ciudadanía que estaba protestando y que muy rápidamente da un giro conservador ante el deterioro de las condiciones.
¿Entonces ha sido un error ofrecer un cambio de Constitución como respuesta al estallido social, cuando las demandas apuntaban a áreas concretas como la educación, la salud o las pensiones?
Las demandas tenían mucho más que ver con la capacidad del Estado y del mercado de mejorar las condiciones de vida concretas de la gente que con el asunto constitucional.
Obviamente, la Constitución heredada de la dictadura codificaba cuestiones que hacían difícil, a veces, las reformas sustantivas.
El tema constitucional le interesaba mucho a las élites, a sectores importantes del progresismo, pero a la gente le hacía poco sentido.
El estallido tiene mil consignas, no tiene liderazgos, y el tema constituyente fue el mínimo común denominador de múltiples demandas. Pero no era una buena interpretación de esa crisis.
El error también tiene que ver con la radicalidad de la apuesta: se apostó todo al tema constitucional y básicamente se puso en paréntesis todo lo demás durante este tiempo.
Al mismo tiempo, el 80% de los votos en 2020 fue a favor de cambiar la Constitución. Había un mandato claro para eso…
Sí, hubo un momento en que esto hizo sentido.
Pero si lo piensas en términos de la primera Convención, se elige una minoría mayor de gente que venía de fuera del sistema.
Hicimos estudios en ese primer proceso y la misma gente que al principio se decía ilusionada porque los representantes eran completamente diferentes a los políticos tradicionales -había mujeres, indígenas y gente de extracción popular sin experiencia política- rápidamente empezó a decir que hacían lo mismo que los políticos tradicionales, que estaban peleando por temas que no le interesaban: “No los elegimos para esto y se olvidaron de nosotros”.
La clase política tradicional veía a los representantes de la primera convención como unos forajidos. Y a raíz de esa lectura se diseña un segundo proceso, que es el que acaba de terminar, hipercontrolado por los actores del sistema, pensando que el rechazo del año pasado había sido a los excesos.
El problema que tenemos es una clase política nueva y vieja que no logra interpretar a la ciudadanía.
Con el voto obligatorio también se incorporó gente que antes no votaba. Es un 50% del electorado, más o menos, completamente desconocido para los partidos políticos, más bien gente antipolítica hastiada de este circo.
¿Hay alguna lección de todo esto?
Tenemos un sistema que está enfrascado en disputas menores, sumamente personalistas, de un nivel de sofisticación inexistente.
Y el país necesita un amplio acuerdo para cuadrar algún tipo de salida y evitar irrupciones de outsiders que tienen un campo para crecer bastante grande.
Eso es sumamente difícil, porque no basta con un acuerdo transversal del sistema político que hoy debería estar bastante asustado, sino también que ese sistema reconecte con una ciudadanía que lo ve con desconfianza y rabia.
La única razón por la cual no ha emergido un outsider con más capacidad hegemónica es que todavía hay sensibilidades de izquierda y derecha bastante consolidadas.
¿Se entierra aquí la posibilidad de cambiar la Constitución chilena en el futuro próximo?
Es posible y bastante probable que la vía de reforma a la Constitución tenga más que ver con procesos legislativos.
La Constitución actual vigente tiene los quórums de reforma reducidos, lo que hace posible que con una fracción relativamente pequeña del Congreso se pueda cambiar.
¿Qué significa este resultado en términos políticos?
Diría que no hay ganadores acá, esto es un juego de suma cero: perdieron todos.
Por el discurso que dio el presidente (Gabriel Boric), si ese es el tono que predomina y tiene eco en la centroderecha, el gobierno puede intentar algo más que administrar en los próximos dos años.
Sobre todo, porque el resultado sí es significativamente negativo para Kast y el Partido Republicano, que por un lado tiene una escisión hacia la derecha y al mismo tiempo pierde esta sensación de que tenía al candidato para arrasar en la próxima elección.
Esto le abre el juego a los partidos tradicionales de la derecha chilena para intentar competirle a Kast en la próxima elección. Para eso, tal vez una agenda de moderación y reformas consensuadas con el gobierno sea una buena estrategia.
El gobierno, no solo por el tema constitucional, sino por los escándalos de corrupción y la incapacidad de gestión, ha perdido buena parte de su programa. Pero tiene con esto un pequeño aire para intentar hacer algo en los dos años que le quedan.
Y tiene enfrente una derecha que venía muy empoderada y hoy está relativamente debilitada.
¿Esto pese a que parecería un error, por lo que has dicho antes, leer esta votación en términos ideológicos de derecha o izquierda?
Absolutamente. Parte del problema es que mientras el sistema compite con eslóganes más bien de izquierda y derecha, la gente lo ve en términos de (el presidente argentino, Javier) Milei: “casta”.
Ese es un poco el problema que tiene todo el sistema político. Y está medio contra el tiempo en ese sentido.
Por cierto, parece bastante significativo que nadie festeje demasiado este resultado en Chile…
Diría que es lo más prudente que he visto en estos años. Me parece lo más razonable que nadie esté festejando.
BBC MUNDO